¿Qué te parece la cita con la que vengo hoy? Cuando la leí hace unos días me llevó a cuestionarme cuánto cuesta practicar este arte con nuestros hijos e hijas.
¿A quién no le supone un gran esfuerzo escuchar a su hijo o hija a las 8h de la mañana diciendo que no quiere ir al colegio? ¿O cuando te dice que no quiere ir más a la extraescolar de los viernes? ¿o qué no quiere recoger su cuarto? En estas y en otras situaciones similares se activa en nosotros todo menos la escucha y tendemos a responder de manera inmediata con un “¡Vaaaaa, que llegamos tarde!”, “¡estás inscrito durante todo el curso!”, o “esto no es un hotel” sin ser conscientes que nuestras frases no nos están permitiendo ver qué hay detrás de tal oposición.
Y, ¿qué hay detrás?
Detrás de ese rechazo hay, sin duda, una necesidad no satisfecha, una emoción fuerte que es incapaz de expresar con otras palabras ni de manera adecuada. Un “estoy cansada”, “mamá, te echo de menos en el colegio”, “ayer fue un día duro con mi clase”, “me siento rechazado”, “las clases de inglés me resultan complicadas” o “lo haré después de la ducha”.
¿Qué hacer entonces?
Detenerse, respirar, dejar lugar al silencio y escuchar. Parece fácil así escrito, ¿verdad? Pero a veces nos cuesta. Nos falta práctica y tomar consciencia de que la escucha activa implica:
- Mostrarse disponible en cuanto a presencia mental y actitud. Es dejar lo que estás haciendo para dedicarle el tiempo que el niño o niña necesita en ese momento. Nuestra postura corporal nos puede ayudar a expresar nuestra auténtica disponibilidad, de modo que el gesto de ponernos a su altura, mirarnos a los ojos y mantener una proximidad física es una manera de acoger.
- Aceptación. Aceptar que nuestro hijo tiene sus propios sentimientos y necesidades que pueden ser distintas a las nuestras. Y no resulta ni necesario ni beneficioso intentar cambiarlo.
- Escuchar lo que el niño dice y reformular fielmente sus palabras para asegurarnos que estamos entendiendo bien lo que nos está queriendo decir. Por ejemplo: “Tú dices que… Tú crees que… Tú consideras que…”
- Poner nombre a los sentimientos y emociones del niño, porque en este momento, cuando ponemos nombre a las emociones le ayudamos a identificar lo que siente y este es el primer paso para llegar a una autorregulación de las propias emociones. Una reformulación como, por ejemplo, “Tú te has sentido… Para ti es importante… Sientes que…” fomenta el sentimiento de sentirse comprendido y aceptado. Dicha reformulación conlleva en cierta medida una interpretación personal, pero el foco sigue estando puesto en los sentimientos del niño. En todo caso, este proceso ayuda al niño a analizar sus sentimientos y en ese ambiente de confianza se sentirá capaz de reformularlo si nuestra interpretación no ha sido del todo acertada.
¿Cuáles son los beneficios de la escucha activa?
- La conexión con nuestro hijo, algo que es esencial tanto para él como para nosotros. Y es, además, la base de unas relaciones sanas y respetuosas.
- Fomenta la autoestima, porque un niño que es escuchado se siente amado, respetado y tenido en cuenta.
- Favorece un clima de confianza y el niño se siente capaz de expresar sus sentimientos y emociones.
- Ayuda a la autorregulación de las emociones, un proceso que requiere por una parte una madurez del cerebro de nuestro hijo, pero también de un entrenamiento acompañado por el adulto.
Escuchar activamente es una preciosa muestra de amor incondicional. Es un acto de respeto hacia la otra persona. Es reconocer a nuestro hijo como una persona autónoma, independiente, diferente a nosotros. Única. Maravillosa.
¿Te animas a practicar este arte?